El cerebro de un optimista ¿Nace o se hace?

Lunes 27 de Octubre, 2025 -

Por: Jhon Jairo Prado

El cerebro de un optimista ¿Nace o se hace?

La actitud positiva: ¿herencia o elección?

 

La mayoría de nosotros conocemos a este tipo de personas: los optimistas incombustibles, esas que parecen no ver dificultad alguna cuando enfrentan un problema. Personas cuya actitud positiva no decae ni en los peores momentos y que, además, tienen la poderosa habilidad de contagiar su entusiasmo a quienes las rodean.
Pero surge una pregunta inevitable: ¿cómo lo hacen? ¿Llegaron al mundo con el optimismo instalado de fábrica en su cerebro o es el resultado de años de entrenamiento interior, de reflexión, coaching o psicología positiva?

 

Estudios como el realizado en el King’s College de Londres nos revelan algo fascinante: la actitud positiva tiene un componente genético del 25%. Es decir, heredamos de nuestros padres una parte de esa predisposición natural a ver el vaso medio lleno.
Pero el dato realmente esperanzador es que el 75% restante depende de nosotros, de nuestras decisiones, de nuestra manera de pensar, de nuestra capacidad para reinterpretar la realidad incluso cuando no es favorable.

 

Una actitud positiva no consiste en negar los problemas, sino en afrontarlos desde un lugar diferente. No se trata de sonreír todo el tiempo, sino de mantener la confianza de que, aun en medio de la tormenta, existe un aprendizaje y una salida posible. La positividad auténtica nace cuando la mente y el corazón aprenden a cooperar: la mente analiza, el corazón confía.

 

Desarrollar una actitud positiva es un acto de entrenamiento interior. Requiere atención, autoconocimiento y constancia. Implica aprender a gestionar el estrés, a escuchar nuestras emociones sin juzgarlas, a convertir el miedo en impulso y la frustración en sabiduría.
La positividad no se impone; se cultiva cada día a través de pequeños gestos: agradecer lo que tenemos, cuidar lo que sentimos y orientar la mirada hacia el horizonte.

Porque al final, la actitud no cambia lo que ocurre, pero cambia profundamente cómo lo vivimos. Y esa diferencia puede transformar por completo el rumbo de nuestra vida.

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